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lunes, 3 de agosto de 2009

ARGENTINA - CHACO: TOBAS, MISERIA SIN FIN

ESCRIBE MEMPO GIARDINELLI (escritor y periodista nacido en el Chaco en 1947.

Luego de estar exiliado en Méjico por ocho años, volvió al país durante el gobierno de Alfonsín.

Ha ganado varios premios y sus obras se han traducido a varios idiomas. Sus artículos,

novelas, ensayos y cuentos han sido traducidos a una docena de lenguas.)

Lean esta nota. Son solo son 5 minutos, tomen

conciencia de lo que pasa. Es un genocidio encubierto,

desde hace 500 años hasta el dia de la fecha. Lean:

Argentina - Chaco: Tobas, miseria sin fin



En estos tiempos el Chaco concita la atención de todo

el mundo. Prensa y televisión global vienen a mirar

los estragos de la desnutrición que afecta a miles

de aborígenes en los bosques que se conocen -

ya impropiamente - como El Impenetrable. Mi colega

y amiga Cristina Civale, autora del blog Civilización

y Barbarie, del diario Clarín, me invita a acompañarla.

No es la primera invitación que recibo, pero sí la

primera que acepto. Rehusé viajar antes de las

recientes elecciones, porque, obviamente, cualquier

impresión escrita se habría interpretado como

denuncia electoral. Y yo estoy convencido, desde

hace mucho, de que la espantosa situación

socioeconómica en que se encuentran los pueblos

originarios del Chaco, y su vaciamiento sociocultural,

no son mérito de un gobierno en particular de los

últimos 30 o 40 años (los hubo civiles y militares;

peronistas, procesistas y radicales) sino de todos ellos.



Primero nos detenemos en Sáenz Peña, la segunda ciudad

del Chaco (90 mil habitantes), para una visita clandestina

-no pedida ni autorizada- al Hospital Ramón Carrillo,

el segundo más importante de esta provincia. Civale

toma notas y entrevista a pacientes indígenas en las

salas de Tisiología, mientras yo recorro los pasillos

mojados bajo las infinitas goteras de los techos, y

miro las paredes rotas, despintadas y sucias, los

patios roñosos y un pozo negro abierto y

rebalsando junto a la cocina.

Aunque el frente del hospital está recién

pintado, detrás hay un basural a cielo

abierto en medio de dos pabellones.

Vidrios y muebles rotos, escombros,

radiografías, cascotes y deshechos quirúrgicos

enmarcan las salas donde los pacientes son

sólo cuerpos chupados por enfermedades

como la tuberculosis o el Chagas.

Me impresiona la mucha gente que hay

tirada en los pisos, no sé si son

pacientes o familiares, lo mismo da.



Una hora después, en el camino hasta

Juan José Castelli -población de 30 mil

habitantes que se autocalifica "Portal

del Impenetrable"- la desazón y la rabia

se perfeccionan al observar lo que

queda del otrora Chaco boscoso. Lo

que fue imperio de quebrachos

centenarios y fauna maravillosa,

ahora son campos quemados,

de suelo arenoso y desértico,

con raigones por doquier esperando

las topadoras que prepararán esta

tierra para el festival de soja

transgénica que asuela nuestro país.




Entramos -nuevamente por atrás- al

Hospital de Castelli, que se supone

atiende al 90 o 95 por ciento de los

aborígenes de todo el Impenetrable.

Lo que veo allí me golpea el pecho,

las sienes, los huevos: por lo menos

dos docenas de seres en condiciones

definitivamente inhumanas. Parecen

ex personas, apenas piel sobre huesos,

cuerpos como los de los campos de

concentración nazis.

Una mujer de 37 años que pesa menos de

30 kilos parece tener más de 70. No puede

alzar los brazos, no entiende lo que se le

pregunta. Cinco metros más allá una anciana

(o eso parece) es apenas un montoncito de

huesos sobre una cama desvencijada. El olor

rancio es insoportable, las moscas gordas

parecen ser lo único saludable, no hay médicos

a la vista e impera un silencio espeso, pesado

y acusador como el de los familiares que

esperan junto a las camas, o tirados en el piso

del pasillo, también aquí, sobre mantas

mugrientas, quietos como quien espera

a la Muerte, esa condenada que encima,

aquí, se demora en venir.



Siento una furia nueva y creciente, una

impotencia absoluta. Le pregunto a una

joven enfermera que limpia un aparador

vidriado si siempre es así. "Siempre",

responde irguiéndose con un trapo

sucio en la mano, "aunque últimamente

han sacado muchos, desde que empezó

a venir la tele".

Es flaquita y tiene cara de buena gente:

se le ve más resignación que resentimiento.

Son 44 enfermeros en todo el hospital pero

no alcanzan para los tres turnos. Trabajan

ocho horas diarias cinco días por semana

y cobran alrededor de mil pesos los

universitarios, y menos de 600 los

contratados, como ella.. Los días de lluvia

los techos se llueven y esto es un infierno,

dice y señala los machimbres podridos y

los pozos negros saturados que revientan

de mierda en baños y patios. Y todo se

lava con agua, nomás, porque "no tenemos

lavandina".



Camino por otro pasillo y llego a Obstetricia

y Pediatría. Allí todos son tobas. Una chiquilla

llora ante su hijo, un saquito de huesos

morenos con dos ojos enormes que duele

mirar. Otra joven dice que no sabe qué tiene

su nena pero no quiere que muera, aunque

es obvio que se está muriendo. Hay una

veintena de camas en el sector y en todas

lo mismo: desnutrición extrema, mugre en

las sábanas, miles de moscas, desolación

y miedo en las miradas.

Después viajamos otra hora y el cuadro se

hace más y más grotesco. Paramos en Fortín

Lavalle, Villa Río Bermejito, las tierras allende

el Puente La Sirena, los parajes El Colchón,

El Espinillo y varios más. Son decenas de

ranchos de barro y paja, taperas infames

donde se hacinan familias de la etnia Qom (tobas).

Todas, sin excepción, en condiciones infrahumanas.



Digan lo que digan, estas tierras -más de tres

millones de hectáreas- fueron vendidas con los

aborígenes dentro. Son varios miles y están ahí

desde siempre, pero no tienen títulos, papeles,

ni saben cómo conseguirlos. Los amigos del poder

sí los tienen, y los hacen valer. El resultado es la

devastación del Impenetrable: cuando el bosque se

tala, las especies animales desaparecen, se extinguen.

Los seres humanos también.
Y aunque algunas buenas almas urbanas

digan lo contrario, y se escandalicen

ciertas dirigencias, en el ahora ex Impenetrable

chaqueño palabras duras como exterminio o

genocidio tienen vigencia.



Desfilan ante nuestros ojos enfermos de

tuberculosis, Chagas, lesmaniasis, niños

empiojados que sólo han comido harina

mojada en agua, rodeados de perros flacos,

huesudos y ojerosos como sus dueños.

Se llaman Margarita, Nazario, Abraham, María

y lo mismo da. Casi todos dicen ser

evangelistas, de la Asamblea de Dios,

de la Iglesia Universal, de "los pentecostales"

o "los anglicanos".
Involuntariamente irónico, evoco a Yupanqui:

"Por aquí, Dios no pasó".

Al caer la tarde estoy quebrado, roto,

y sólo atino a borronear estos apuntes,

indignado, consciente de su inutilidad.

Al partir de regreso veo en un caserío un

cartel deshilachado por el sol:

"Con la fuerza de Rozas, vote lista 651".

Y en la pared de un rancho de barro,

seguramente infestada de vinchucas,

veo un corazón rojo como el de los

pastores mediáticos brasileños de

"Pare de sufrir". Abajo dice:

"Chaco merece más. Vote Capitanich".


A unos 400 kilómetros de aquí el

escrutinio final de las elecciones

avanza lenta, nerviosamente.

En alguna oficina el ministro de Salud

de esta provincia seguirá negando todo

esto, mientras el gobernador se prepara

para ser senador y vivir en Buenos Aires,

bien lejos de aquí, como casi todos

los legisladores.
¡Nunca antes, el Chaco ni este país

me habían dolido tanto.!!!


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