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martes, 3 de enero de 2012

COMO FUNCIONA NUESTRO SEGUNDO CEREBRO

Se fortalece entre los científicos la perspectiva de que un sistema nervioso entero anida en los intestinos, y hace mucho más que procesar los alimentos que comemos, al punto de condicionar nuestro estado de ánimo.
Quien haya experimentado la sensación llamada “mariposas en la panza” sabe de qué se trata. Detrás de esta sensación hay una red de neuronas que recubren los intestinos, que es tan vasta que algunos científicos la han llamado “segundo cerebro”. Esta masa de tejido nervioso, lleno de neurotransmisores, hace mucho más que manejar la digestión o causar alguna angustia nerviosa ocasional. El pequeño cerebro que anida en nuestra panza tiene una relación tan estrecha con el grande que está en el cráneo, que puede determinar nuestro estado de ánimo y haste ser la clave en ciertas enfermedades. Pero nunca residen allí los pensamientos conscientes o la toma de decisiones.
En una breve entrevista, el padre de la Neurogastroenterología Michael D. Gershon, jefe del departamento de Anatomía y Biología celular del hospital de la Universidad de Columbia, define los alcances de este segundo cerebro:
CUKMI: Su libro El segundo cerebro (The Second Brain…) fue publicado en 1998. ¿Por qué se convirtió en un clásico?
MICHAEL: En el libro reviví la idea de que el sistema nervioso del intestino puede funcionar sin la participación del cerebro y la médula espinal. Una idea que se originó a finales del siglo XIX
CUKMI: ¿Y cuál fue su aporte?
MICHAEL: Mi investigación inició un campo. Me han llamado el padre de Neurogastroenterología, y todavía estoy haciendo investigación activa, por ejemplo en la inflamación intestinal, la generación de nuevas neuronas a partir células madre, y trabajando en cómo el ENS se forma durante la vida fetal. El ENS (Enteric Nervous System) es una red neuronal integrada que también se conoce como “el cerebro en el intestino”, debido a sus similitudes con el sistema nervioso central (CNS).
CUKMI: ¿A qué se refiere con “sensaciones del intestino” (“gut feelings”)? ¿Cómo se utilizan para tratar enfermedades?
MICHAEL: Quizás no es lo que te imaginás. El pensamiento, la religión, la filosofía y la poesía están exclusivamente en la provincia del cerebro que está en la cabeza. El intestino, sin embargo, puede influir en los estados de ánimo. La estimulación del nervio principal que conecta el intestino con el cerebro se utiliza para aliviar la depresión, la epilepsia; y además mejora el aprendizaje y la memoria en humanos y animales.
CUKMI: ¿Y cómo funciona con otros sentidos? ¿Puede la imagen de comida producir hambre?
MICHAEL: Supongo que sí, solo si la persona está muriendo de hambre. Algunas personas, con entrenamiento, también desarrollan extrañas sensaciones.
CUKMI: ¿Y es posible que este “segundo cerebro” influya en el primero?
MICHAEL: Claro. Pero siempre tenemos que recordar que los nervios vagos contienen muchas más fibras nerviosas que llevan información del intestino al cerebro que del cerebro al intestino.
Ni vegetarianos ni omnívoros, coctívoros
El suizo Heribert Watzke, investigador especializado en alimentación, es uno de los científicos que retomó los estudios alrededor del segundo cerebro, lo analizó en perspectiva con las conductas alimentarias, y lo expuso en una conferencia TEDGlobal 2010. Tras varios años de trabajo, Watzke explicó cómo los alimentos afectan nuestro comportamiento e inciden directamente en el bienestar. Para ello, asegura, hay que encontrar un equilibrio entre el hambre y la saciedad, evitando así comer en exceso.
Nuestro gran cerebro le permitió a nuestra especie instalarse en casi cualquier entorno. Algunos nos llaman omnívoros, debido a la amplitud de las diferentes dietas que podemos adoptar, pero creo que fue la transformación de alimentos a través de la cocción lo que permitió una mayor adaptación. Ahí es cuando el intestino se convirtió en el socio del cerebro en nuestro desarrollo evolutivo propio. Así que creo que debemos llamarnos coctívoros, “los que viven de la comida cocinada”.
La comida como información
Según Watzkem, el intestino tiene un “cerebro” autónomo incorporado que controla la digestión de los alimentos, desde la absorción de nutrientes hasta la protección del cuerpo ante sustancias extrañas. Mientras que el cerebro “central” determina qué alimentos ingerimos y con qué hábitos alimenticios. Ambos están conectados a través de los nervios; una relación donde el más importante es el nervio vago que se bifurca para conectar a todas las secciones del tracto gastrointestinal. El cerebro intestinal informa al cerebro central cómo va la digestión, pero además interfiere directamente a nivel local, por ejemplo, al acelerar los movimientos de intestino.
Watzkem cuenta en el video que el segundo cerebro tiene 40 tipos diferentes de neuronas (entre sus más de 100 millones, más que la médula espinal), la misma diversidad que el cerebro de un cerdo. Y además tiene microcircuitos autónomos, pero en un esquema donde los dos cerebros se relacionan con la comida, la relación es de subsunción: lo que significa que el cerebro superior puede influir el inferior, y puede interferir o reemplazar las señales.
En rigor, dos tipos de señales: la del hambre, que ante el estómago vacío produce una hormona que le envía al cerebro la señal “ve y come”; y ocho señales diferentes para detenerse, es decir, señales de saciedad. Si el cerebro central inhibe la señal de hambre puede desencadenar la anorexia; pero lo más habitual es comer de más: cuando las señales de “energía suficiente” son ingnoradas.
Sin embargo, el cuerpo humano no funciona como una máquina que necesita combustible, sino sería cuestión de llenarse y seguir. Si la comida dentro de nuestro organismo se convierte en información, y para el gran cerebro el idioma es el sabor y la recompensa, ¿cuál sería el idioma del cerebro intestinal para que sus señales sean tan fuertes que el cerebro mayor no pueda ignorarlas?, se pregunta Watzkem.
En más de 50 años de estudios, Gershon comprobó que el segundo cerebro también envía señales hasta el que está en la cabeza que afectan directamente a los sentimientos, como la tristeza o el estrés, e incluso tienen influencia en la memoria, el aprendizaje y la toma de decisiones. Como él mismo dice más arriba, ha demostrado que su estimulación puede ser una potente herramienta para lograr el alivio de la depresión y el autismo.
En la medida en que los alimentos y sus componentes desempeñan un papel como señales que contienen información para el “funcionamiento” de un cuerpo sano, habrá que aprender a decodificar correctamente esa información. Allí están abocados muchos científicos, en desarrollar este lenguaje. Para algunos, como Watzkem, en la cocina está la clave.

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